Cantárida
Perfilo aromas de cantárida / en el código de la extrañeza / Letras muertas / al filo de una sabana / tu cuerpo calcinado de deseo / martirio de la carne / tatuaje de la restricción…
(Raquel Huerta Nava, Tramontana)
—Cuando la luna descienda a los infiernos. Entonces.
Lili no miraba la noche. Una luz violeta caía en sus pupilas y el centro de su alma irradiaba un grito, un aroma a musgo y noche. No miraba mis ojos.
—No puedo más—le dije. Imposible revivir un pasado antropofágico. El aliento, su piel se habían podrido en mí; ahora sangro, lleno de sus gusanitos.
Caminar el país: esta fue la consigna. Recorrerlo despacio, detenerse a mitad de las multitudes contemplando la melancolía de lo habitual: comer en los mercados, las fondas, las ferias, detenerse en los tendidos, donde fuera que la gente se amontonara para engullir plato tras plato. Olvidarse de la vida propia, tres, dos, una vez por jornada. Beberse la memoria colectiva. Recorrer los puestos posibles: tacos, gorditas y fritangas, caldo de carnero, pozole, mariscos. Embriagarse como nunca: cerveza, pulque, tequila, mezcal, bacanora, sotol, tesgüino, tepache, charanda, garañona, posh, comiteco, ostoche, alipus, toritos, tuba, batari… vino también, por supuesto, tinto, de preferencia un cabernet, para ir a lo seguro. Perderse alcohol adentro de cada sueño, emborracharse con rumbo a la desmemoria ¿Cuántas horas se borraron de mi conciencia?, ¿en cuántos toldos nos refugiamos antes de la tormenta?, ¿qué cosas dije que no puedo repetir porque las desconozco? Tengo, por supuesto, la conciencia de haberla respirado, paso a tarde, poro a poro, desde la cabellera líquida hasta las arañas de patas quebradas que viven en su lengua.
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