Ari J. González

Pulmonar

y aunque cada uno escuchara
en la comodidad de su casa
el grito del torturado,
la sirena tantas veces
dimensionada en el ulular de las cabezas,
o disparos y más disparos
percutiéndose en la noche,
nadie se habría levantado a husmear la intemperie; Sigue leyendo

Roberto Ramírez Bravo

Las pausas concretas

(fragmento)

«Mírame bien, yo soy, yo soy Beatriz”
Dante Alighieri

Alicia quiso conocer el ovni.

Un sábado suspendió la venta de productos medicinales y tomó un camión rumbo a San Marcos. Antes debió transbordar en Acapulco, pero atravesó la ciudad sin verla. Luego se desplazó en una camioneta de redilas que daba en ese tiempo el servicio de transporte público y por fin llegó.

La nave ya no ofrecía el mismo espectáculo del principio: el pasto había vuelto a crecer y los montones de basura se desparramaban por donde estuvieron los campamentos de los curiosos; el ejército se había ido y a la mitad del camino todavía quedaban algunos puestos donde se podía encontrar comida o playeras o réplicas de las fotografías que había traído el aparato.

Un letrero gigante anunciaba un hotel con aire acondicionado y televisor en Acapulco. Sigue leyendo

René Rueda Ortiz

Catardo

Para Ariel Rueda

I

Juan Manuel suele visitarme en las pesadillas, aunque han pasado muchos años desde la última vez que lo vi. En ocasiones, apenas cierro los ojos, sus manos me estrangulan hasta que logro despertar; en otras, me sueño en una reunión familiar o un encuentro fortuito con alguien del pasado, soy feliz, pero algo me tira de los tobillos, abro los ojos y miro a Juan Manuel al pie de mi cama. El tiempo no ha menguado su odio.

Nos conocimos en la adolescencia, en el primer día de secundaria. Muy pronto, Juan Manuel demostró que era un artefacto de estrictez y galanura, por eso los demás chicos lo envidiaban; sugerían que sus habilidades se debían a la buena posición económica de su familia.

Me hice su amigo porque quería ser como él: entregar las tareas a tiempo, ser el mejor en los deportes, dejar mi nombre en la memoria de aquellos que acompañaban mis días. Pero sólo fui el que suspiraba en las tardes por las chicas que cruzaban a mi lado en busca de Juan Manuel, quien me daba lecciones de boxeo y matemáticas.

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Charlie Punketo

La Sinfonía del Horror

 

Actus I

Mil veces pensado

 Ella no sabía, pero todo estaba planeado. Él escondió sus intenciones en una sonrisa. Completó con un refresco y palomitas de maíz. Así deben ser tratadas las niñas cuando se les quiere engañar con una salida al cine.

Ella decide los asientos. Me parece justo que el objeto del sacrificio tenga al menos esa gracia. Sonríe inocente; me invitan sus ojos semieabiertos en la oscuridad, el brillo entre sus labios; no me contengo, la muerdo, se alarma y retira la boca. Ahora está alerta. Me gusta así.
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Édgar Pérez

La fuga lunar de Emma Rosé

Emma fregaba trastos cuando escuchó que algo rechinaba en la terraza. Prestó atención y le vino un soponcio por semejante cálculo, parecía que las maderas del suelo llegaban a su última resistencia antes de tronar. Fue a la sala de inmediato, corrió las cortinas y encontró a un sujeto corpulento pero de expresión mansa y extraviada. Encima de su impresión Emma Rosé descubrió que el enorme tipo no la miraba directamente, sino hacia algún punto sobre su cabeza. Fue precavida y llamó a Rudy, quien enterado del asunto fue a la recámara por la escopeta, mientras el sujeto continuaba prendido de algo que solamente él veía. El señor Rosé salió de inmediato a encañonarlo en la cabeza pero aquel extraño ni se enteró. Rudy le gritó majaderías logrando echarlo un poco atrás y haciendo crujir el suelo de modo sobrecargado, pero sin enterarse de qué sucedía. Los Rosé tuvieron la impresión de que la carpeta rompería bajo los pies de este hombretón, la tarima sufrió un lamento extenso. Emma murmuró jaculatorias y suplicó a su marido enterarle de qué era esto que tenían enfrente. Sigue leyendo

Alma Salamandra Ramos

Cantárida

Perfilo aromas de cantárida / en el código de la extrañeza / Letras muertas / al filo de una sabana / tu cuerpo calcinado de deseo / martirio de la carne / tatuaje de la restricción…

(Raquel Huerta Nava, Tramontana)

—Cuando la luna descienda a los infiernos. Entonces.

Lili no miraba la noche. Una luz violeta caía en sus pupilas y el centro de su alma irradiaba un grito, un aroma a musgo y noche. No miraba mis ojos.

—No puedo más—le dije. Imposible revivir un pasado antropofágico. El aliento, su piel se habían podrido en mí; ahora sangro, lleno de sus gusanitos.

Caminar el país: esta fue la consigna. Recorrerlo despacio, detenerse a mitad de las multitudes contemplando la melancolía de lo habitual: comer en los mercados, las fondas, las ferias, detenerse en los tendidos, donde fuera que la gente se amontonara para engullir plato tras plato. Olvidarse de la vida propia, tres, dos, una vez por jornada. Beberse la memoria colectiva. Recorrer los puestos posibles: tacos, gorditas y fritangas, caldo de carnero, pozole, mariscos. Embriagarse como nunca: cerveza, pulque, tequila, mezcal, bacanora, sotol, tesgüino, tepache, charanda, garañona, posh, comiteco, ostoche, alipus, toritos, tuba, batari… vino también, por supuesto, tinto, de preferencia un cabernet, para ir a lo seguro. Perderse alcohol adentro de cada sueño, emborracharse con rumbo a la desmemoria ¿Cuántas horas se borraron de mi conciencia?, ¿en cuántos toldos nos refugiamos antes de la tormenta?, ¿qué cosas dije que no puedo repetir porque las desconozco? Tengo, por supuesto, la conciencia de haberla respirado, paso a tarde, poro a poro, desde la cabellera líquida hasta las arañas de patas quebradas que viven en su lengua.

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